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EL AUTOR

Juan Agustí nació en Madrid en 1962.​

Licenciado en Matemáticas por la Universidad Autónoma, comienza a doctorarse en Topología Algebraica, actividad que abandonará a los pocos meses de haberla comenzado, toda vez que escucha el tintineo del vil metal que le ofrece la empresa privada. A pesar de dicha experiencia, seguirá padeciendo ciertas dificultades para anudarse la corbata durante el resto de su vida.

Comienza a trabajar como programador. Antes de que pueda darse cuenta, ya le han puesto a realizar la tarea de un par de docenas de pseudofuncionarios, situación que aunque parezca contraproducente, remueve el ánimo de su espíritu sensible. No es la única contrapartida que saca de aquellos años, ya que debido a tales avatares,  no necesitará leer a Dilbert durante una temporada.

A principios de los años noventa, una súbita reorganización departamental precipita su reconversión al mundo de las Telecomunicaciones, y mas concretamente, le introduce de manera harto profunda en el entorno de la transmisión de datos, negocio y paraje en el que las empresas son los únicos habitantes durante aquellos años. Ahí es cuando se da cuenta de que la única forma de explicar en que consiste su trabajo al resto de seres humanos de su entorno es mediante metáforas y parábolas. Internet todavía tardará unos años en llegar y los teléfonos móviles siguen siendo objeto de uso exclusivo de los tripulantes de la Enterprise. Es en este momento cuando desaparece del mundo civilizado, raptado por una fiera horda de ingenieros, tecnócratas y avispados comerciales.

Pasarán casi veinte años hasta que este señor vuelva a dar señales de vida. A pesar de empecinarnos en ello, no nos ha resultado posible obtener información alguna de las actividades que pudiera haber realizado durante el extenso periodo  de tiempo en el que ha estado desaparecido, ni hemos conseguido averiguar en que turbios asuntos ha podido estar enredado durante todos estos largos años.

 

Algunos seguramente pensarían que habría muerto debido a los excesos derivados de los años de la Movida, como le ha sucedido a tantos jóvenes inocentes. Sus motivos tendrían. Otros quizás supusieron que, muy probablemente, habría encontrado su fin devorado por algún extraño organismo hambriento, producto del libre mercado. Quizás incluso alguien supusiese en que había sido fagocitado por alguna sinergia producida durante una reestructuración empresarial. Hasta se ha llegado a propagar el rumor de que había fallecido durante la práctica de unos extraños rituales iniciáticos que se realizaban durante las congregaciones masivas de directivos que, fruto de sutiles movimientos estratégicos, se celebraban durante los equinoccios en aras de la eficiencia. 

 

Lo único cierto es que, después de su sorpresiva reaparición en mitad de la Crisis, se le ha visto deambular durante un tiempo sin un rumbo concreto por las calles de Madrid, a las horas en que los ciudadanos honrados están ocupados en sus puestos de trabajo, como si de un largo viaje por el espacio-tiempo hubiese regresado. 

 

Sigue teniendo pelo, ya no se fuma las cuatro cajetillas diarias que acostumbraba, y se le nota visiblemente más gordo (por mucho que se empeñe en decir que va todos los días al gimnasio). Estos datos no hacen sino confirmar que nos encontramos ante las típicas consecuencias relativistas de haber realizado una viaje a una velocidad próxima a la de la luz: dilatación del espacio y encogimiento del tiempo ¿O era al revés?

Actualmente, el individuo en cuestión estudia un grado de Historia del Arte (o eso dice él).

Juan Agustí es un gran aficionado a los cómics, entre otros muchos vicios inconfesables. En el año 2009 comienza su labor como documentalista y catalogador de la historieta, pasando a formar parte la redacción de la revista Tebeosfera en 2014. Durante 2016 escribió una serie reseñas de tebeos para Diario 16. Desde 2020, también publica reseñas en Comicverso.

Dirige los blogs La mirada estrábica (donde se incluye Arte a las ocho, este último dedicado exclusivamente al mundo del arte).

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