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Ladrones de Imperios



Me costó encontrarlo, me costó comprarlo (casi 50 €), me costó leerlo (son 350 páginas, recopila siete álbumes y diez años de trabajo de los autores), pero merece la pena sobradamente.


1870. Francia está siendo aplastada por Prusia. En ese momento, el joven Nicolas D'Assas llega al internado Froidecœur. El lugar pronto se convierte en el escenario de una serie de terribles acontencimientos que la directora atribuye a una huésped que alberga en secreto. Una mujer que ha hecho un pacto con la muerte. Alguien que es la clave de un designio funesto y que no teme a nadie, excepto a los misteriosos Ladrones de Imperios. Un complot que hunde sus raíces en las profundidades del mal se teje en las sombras, y Nicolas está a punto de hundirse en él.


En el prólogo de la edición de 2010, su guionista, Jean Dufaux, indica que piensa, sorprendido, que su guión ha aguantado bien el paso de los años (la comenzó en 1993), sacando pecho ante lo que el considera una de sus obras más logradas hasta la fecha. Para mi gusto, este autor está entre los que considero lleno de altibajos: me encanta en algunas series (Jessica Blandy), lo considero correcto en otras (Dixie Road), y me parece del montón en muchas (Rapaces, Djinn, Gipsy, por poner algunos ejemplos). Sin embargo, he de reconocer que en este caso, me encuentro en el primero de los supuestos. Es más, el guión de los dos primeros álbumes me ha parecido excepcional, me engancharon como hacia tiempo que no me pasaba. Después, el nivel de tensión se aligera algo, pero entonces aparecen otras virtudes, como la sólida documentación histórica (resulta chocante pensar que estamos situados en el mismo marco temporal y espacial, la Semana Sangrienta de la Comuna de Paris que narrara Tardi apoyándose en la novela de Jean Vautrin, dada la diferente situación de los personajes de cada obra), o el excelente tratamiento con el que se detalla el enfrentamiento desde varios puntos de vista. Por último, frente a mi pesimista previsión, también me ha sorprendido gratamente que su desenlace alcanza altura.


La obra también me ha servido para descubrir al dibujante, el belga Martin Jamar, al que no había tenido el gusto de conocer. En este caso, la alegría ha sido todavía mayor, porque su trabajo es espléndido. La época se recrea a la perfección, las diferentes atmósferas del relato se alcanzan de forma natural, son palpables, creíbles; el reparto se identifica con claridad, a pesar del amplio elenco de personajes, hay determinadas escenas detalladas con una minuciosidad y una precisión encomiables (en particular determinados interiores son especialmente sugerentes, lo que habla, cunato menos de un exhaustivo trabajo de documentación por parte de los autores), al igual que determinadas escenas de exteriores alcanzan unas cotas de precisión inigualables.


Es de reseñar tambieñ la recreación de diferentes pinturas a través de viñetas o referencias mas o menos crípticas (que, por cierto, son referencias bastante difíciles de seguir para el lector no especialmente ducho en arte, cosa que se podía haber mejorado en la edición española). Supongo que yo tampoco los habré localizado todos, pero voy a poner un par de ejemplos que tengo claros como referencia: en la última viñeta de la página 120 tenemos una recreación de Los embajadores de Siam en Fointenebleau, de Jean-Léon Gérôme; Corot planea alrededor de la página 200 (aunque no he sido capaz de identificar nada mas que ideas generales, no viñetas o cuadros concretos); en la página 303 se puede observar que la primera viñeta está claramente inspirada en una litografia de Daroy.


La presencia de personajes y lugares históricos con una representación minuciosa tambien es reseñable: sin ser exhaustivo, en la obra se pueden localizar facilmente a Napoleón III (la historia abunda particularmente en su retiro en Candem House, Inglaterra); la iglesia de Saint-Laurent en París; Victor Hugo; Gustave Courbet, en un fallo que tomaremos como licencia artística, la acción sitúa la Ópera en el Palais Garnier (ésta, aunque ordenada construir por Napoleón III, no se inaguró hasta 1875), lo cual es imposible: hasta que se incendió en 1873, la Ópera en Paris se representaba en Le Peletier); Louis Adolphe Thiers, primer presidente de la tercera república; el Palacio Élyseé en la calle Faubourg Saint Honoré (donde actualmente reside el presidente de la república); el Panteón; la plaza Vendôme (con el episodio en el cual la columna central con la estatua de Napoleón es derribada por la muchedumbre enfervorecida)...


Aunque en una primera lectura no se aprecia, el dibujo de Martin Lamar tiene un rasgo que me resulta algo chocante: no se como explicarme. No quiero expresar que el resultado menosprecie el trabajo del belga, no quiero decir eso. Parece como si el grado de realismo que se aplica a edificios y paisajes no tuviese el mismo grado de realismo que los personajes de carne y hueso. Basta con ojear la espléndida colección de bocetos que se anexa al final del libro para darse cuenta de el trazo fino y delicado de Jamar es de un cuidado exquisito, pero creo que, en ocasiones, el paso a tinta si desmerece algo el resultado final. En algunas partes del relato es como si se hubiera realizado de manera apresurada, como sin tiempo. Puede ser una apreciación mía, que en cualquier caso, no desmerece un notable trabajo.


En resumidas cuentas: otro tebeo de primer orden (en todos los sentidos) que ha pasado por nuestro país sin pena ni gloria. Lo lógico sería abalanzarme ahora sobre la obra que realizaron a continuación estos dos autores: Doble Máscara (cuyos primeros tres álbumes publicó Planeta hace algunos años), donde la acción se sitúa algunos años antes, comenzando con un Napoleón recién nombrado primer cónsul. Sin embargo, desconfío. La obra ya tiene cinco álbumes publicados en Francia y Planeta no la ha continuado, por lo que es difícil lanzarse a una compra que se puede quedar a medias. A ver como termina la cosa.

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