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Atila

Jean-Yves Mitton está especializado en la ficción histórica. Parte de situaciones reales en las que la falta de documentación no hace posible conocer los hechos con total exactitud, y utiliza a personajes históricos como protagonistas que tengan también importantes lagunas en sus biografías, para realizar argumentos de ficción que rellenen esos huecos, unas veces apoyándose en mitos y leyenda, otras utilizando su propia inventiva, aunque, en algunas ocasiones, sus especulaciones resulten francamente inverosímiles. Además de contar con ese trasfondo histórico, carga sus aventuras de sexo y violencia. Como suele tirar por comportamientos u opciones especialmente crueles o aberrantes (práctica con la que, posiblemente, incrementa su porcentaje de exactitud), el resultado suele ser fascinante, a la vez que demoledor. Para mí está claro que Jean-Yves no tiene demasiada confianza en el género humano. Sus obras no suelen hacer concesiones a ninguno de los bandos que forman parte de una contienda, repartiendo horror y sinrazón por ambos lados.


Mitton suele generar división de opiniones: a unos les parece simplemente desagradable o de mal gusto, a otros de un erotismo barato y deleznable, otros desconfían de la veracidad de sus planteamientos. En el bando contrario están quienes piensan que la historia real es mucho más parecida a lo que el francés narra que lo que los libros de Historia nos cuentan, que el comportamiento de nuestra especie es así de abominable y que el sexo es, de manera natural, mucho más determinante en las decisiones de este tipo de personajes. Mi opinión es un poco la de ambos bandos: en sus historias hay rigor histórico (y en general, muchísima más exactitud de lo que la gente piensa); pero también hay rocambolescas tergiversaciones históricas en algunas de sus obras, piruetas que yo tomo como licencias literarias. Es cierto que la ración de sexo y violencia es generosa y gratuita, pero se utilizan para componer un patético fresco de la naturaleza humana, en el que los personajes, más que movidos por la lujuria o el vicio, parecen marionetas cuyos hilos están guiados por unas abyectas y tormentosas parcas.

Irónicamente, cuando nos ponemos a evaluar a nuestra especie desde ese plano, creo que hay un punto de candidez en Mitton, ya que los límites de las atrocidades que nuestra especie puede llegar a cometer están todavía mucho más lejos de lo que normalmente somos capaces de imaginar. Sólo la cerrazón mental, la ignorancia o la hipocresía permiten mantener esa visión edulcorada de nuestra especie.


Hasta hace algunos años, la obra de Mitton era totalmente desconocida por aquí. El primer intento de editar una serie suya fue por parte de la ya extinta editorial Glènat España: la más que excelente Queztalcoatl, llegándose a publicar entre 1998 y 2005 seis de los siete álbumes de lo que constaba, y dejando inédito un séptimo, de 2008, con la conclusión, debido a las malas ventas. El tema resulta más que indignante, ya que la protagonista de la serie no es otra que la Malinche, la amante consejera de Hernán Cortés, lo que debería haber generado un mayor interés dentro del público, aunque sólo fuese por el original punto de vista del autor: las aberraciones cometidas por los indígenas de la serie no tienen nada que envidiar a las que de los conquistadores españoles. Se habla de una próxima edición de esta obra por parte de Yermo Ediciones, esperemos que así sea.


El caso es que desde 2014 hemos tenido la fortuna de quedar poder saciados de Mitton: Vae Victis, Los supervivientes del Atlántico, Ben Hur y Atila se han publicado completas, y actualmente, Yermo ha emprendido Las crónicas bárbaras. Leed cualquiera de estas obras y no os sentiréis defraudados. Afortunadamente, y a pesar de su avanzada edad, el francés es una bestia parda y siempre ha llevado un ritmo frenético de trabajo, por lo que todavía una parte importante de su producción nos aguarda esperando su turno.


En el primer episodio, situado en el año 449, en el estuario del Danubio, con un Atila que termina por aceptar los presentes del Imperio en aras de un pacto de no agresión con el emperador Valentiniano III. Entre ellos se incluyen caballos persas, ganado, oro y plata, cerámicas y telas, armas y esclavos. El lote se completa con una extraño ser, Lupa, mitad mujer, mitad animal, junto con su domador, un enorme turco llamado Guddur, que terminará influyendo en el caudillo de los hunos.


En el segundo episodio se nos muestra la relación entre el general romano Aecio y el emperador Valentiniano III. Lupa nos cuenta entre sus delirios que ella es en realidad Gala Placidia, hija del emperador (a la que no hay que confundir con su abuela, cosa que me sucedió a mí y que me volvía loco a la hora de ubicar a los personajes), poco a poco se nos irá desvelando su tragedia y como ha llegado a terminar sus días de esa forma tan siniestra. A partir de aquí, la trama está muy bien construida: gracias a la información confidencial que Lupa posee y a la treta que ésta urde, Atila toma el Campus Severinus, en las Puertas de Hierro, punto estratégico para el control de la zona.


Realmente, el protagonismo de la serie acaba recayendo sobre Gala Placidia. Valentiniano realmente tuvo una hija que se llamaba así, fruto de su unión con su prima Licinia Eudoxia, pero entiendo que no se trata de ésta. Es más, creo que tanto la madre Valeria, como la Gala Placidia que se muestran en la historia son personajes ficticios. Es la única forma de que los sucesos históricos no se vean alterados por el transcurso de la acción.


Y así se van sucediendo los seis episodios de la serie. Os aconsejo una lectura reposada, observando hasta el último detalle... El personaje de Gala Placidia guarda un gran paralelismo con la Malinche de Queztalcoatl: sus motivaciones y forma de actuar son muy parecidas.


El apartado gráfico de Atila lo ha realizado Franck Bonnet, que cumple de sobra, llegando a estar soberbio en determinados momentos. Simultáneamente se está publicando otra de sus series, Piratas de Barataria, con guión de Marc Bourgne, que no estoy siguiendo, pero a la que tendré que echar un vistazo en cuanto pueda.


La edición de Yermo, en dos tomos integrales con tres episodios cada uno es fantástica, como nos tiene acostumbrados. Se echa en falta algún complemento, con el contexto histórico y demás. Como la edición francesa de Attila mon amour (seis álbumes de Glénat) no cuenta con ninguna recopilación, hay que ponerse a hacerlos, claro. Es muy cómodo eso de limitarse a traducir.


Calificación: 8-9/10

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